Ya hemos visto que la Celebración de la Eucaristía exige el canto —siempre que sea posible—, y que éste sea un canto de toda la asamblea (ministros y fieles) que favorezca la participación activa en el misterio que celebramos. Sabemos que no se trata de cantar cualquier cosa, sino aquello que exige la propia Celebración y la liturgia que va unida a ella. Por eso, y porque no todos los cantos son iguales ni tienen la misma importancia, hemos dividido las partes cantadas de la Celebración eucarística en dos grupos: las que corresponde a los ministros en diálogo con la asamblea, y las que canta toda la asamblea. Hasta ahora hemos repasado las que canta toda la asamblea, por lo que nos quedan las más importantes, aquellas que la Instrucción Musicam sacram considera el primer grado de participación en la liturgia, es decir, las que canta el ministro en diálogo con la asamblea.
El primer grado de participación
Según la instrucción Musicam sacram, el primer grado de participación en la liturgia consiste fundamentalmente en las aclamaciones y diálogos del presidente con la asamblea. El primer animador de la asamblea es aquel que la preside, cantando las partes que le son propias en diálogo con la asamblea. Resulta extraña y empobrecedora una celebración solemne en la que hay abundancia de cantos de toda la asamblea pero en la que el presidente no canta nada. Así nos lo recuerda la Sagrada Congregación de Ritos: «En la elección de las partes que se deben cantar, se comenzará por aquellas que por naturaleza son de mayor importancia; en primer lugar, por aquellas que deben cantar el sacerdote o los ministros con respuesta del pueblo; o el sacerdote junto con el pueblo.» (MS 7). Sigue leyendo