Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
[Credo Niceno-constantinopolitano, 325-381 d.C.]
La Liturgia de la Palabra concluye con la Profesión de fe. Con ella, la asamblea expresa su adhesión y asentimiento a la Palabra escuchada y predicada en la homilía y trae a la memoria, antes de empezar la Celebración eucarística, la norma de su fe (cf. OGMR 43). El Credo no es esencial en la Celebración de la Eucaristía ni pertenece a sus elementos más antiguos, pero es un elemento importante que como confesión pública de la integridad de la fe de la Iglesia data de los primeros siglos del cristianismo.
El Credo
Antes de incorporarse a la Misa, el Credo era una fórmula más propia del Bautismo, que es el sacramento de la incorporación a la comunidad creyente. Inicialmente tenía una fórmula dialogada, de preguntas y respuestas, y más tarde se hizo una fórmula enunciativa pronunciada de forma seguida ante la asamblea por quien iba a recibir el bautismo. De entre los símbolos de fe usados para la liturgia bautismal tuvieron mayor relevancia dos: el símbolo de los Apóstoles y el símbolo Niceno-constantinopolitano. Sigue leyendo